MEDIO PAN Y UN LIBRO

CÓMO ESCRIBIR PARA JÓVENES (DE TODAS LAS EDADES)

Hoy en día, cuando los adultos pensamos en niños y jóvenes muchas veces marcamos distancias. “Los jóvenes de hoy son tan diferentes…”, “los niños ya no son como los de antes…”

Desde nuestra perspectiva adulta y aun digiriendo todos los avances que hemos vivido como sociedad en las últimas décadas, tanto en lo tecnológico como en lo educacional, los “mayores” damos por hecho que cada vez estamos más lejos de los valores, gustos, intereses o aficiones de nuestros jóvenes, porque son diferentes a los que nosotros tuvimos a su edad.

No se escapa nada: los juegos, las modas, la forma de relacionarnos con los amigos, padres y profesores, la alimentación, las aficiones…

Barriendo para casa, pienso en la literatura, en los libros

Veo, con cierto horror, los estantes de “Más vendidos” de las secciones juveniles en las principales librerías. Están llenos de libros con portadas estruendosas y fajas referenciando al último youtuber de videojuegos, que hace su incursión (¿o intrusión?) en grandes editoriales, inaccesibles para el resto de los mortales, sin más aval literario que su estratosférico número de seguidores en redes.

Está claro que estos libros tienen delimitado su público objetivo, su nicho de mercado, técnicamente hablando, dentro del que no estoy y, por si no me había dado cuenta, me lo dicen a voces desde esas estanterías: “¡Señora, esta lectura no es para usted!”, a la vez que captan a mi hijo de forma irremediable.

¿Es necesario que sea así? ¿Hay que excluir a los adultos de las noveles juveniles? ¿Podríamos padres e hijos compartir lecturas y disfrutar a partes iguales?

Muchos pensaréis que este sesgo es natural e inevitable: somos diferentes y nos gustan historias diferentes.

Vale, en parte tenéis razón, pero ¿y si os dijera que no tiene por qué ser así? ¿Y si os dijera que los mayores también podemos disfrutar de lecturas que gustan a niños y jóvenes sin sentirnos impostados ni fuera de lugar?

Puede que a priori no lo veáis claro, pero a ver si con la siguiente frase, de cosecha propia, consigo explicarme y convenceros.

En todo niño hay un adulto despertando y en todo adulto hay un niño dormido

No somos tan diferentes, ni estamos tan lejos, solo hay que buscar la intersección, ese punto medio en el que coincidimos, y una vez allí, dejar prejuicios y estar abiertos a salirnos de lo comercialmente establecido.

Hay quien defiende que la altura del texto debe estar a la altura del lector, literalmente hablando.

Está claro que, si queremos llegar a los jóvenes, no podemos ofrecerles textos densos y lentos, ni usar un lenguaje erudito o rimbombante, pero tampoco es necesario que escribamos a modo de “reguetón”, o que nos limitemos, permitidme la exageración ya que soy andaluza, al “mi mamá me mima”.

Por favor, no les subestimemos. Son niños, pero son capaces de leer un lenguaje con cierto grado de ambición lingüística y divertirse mientras aprenden.

Y a la inversa, que un lector sea adulto no quiere decir que únicamente quiera leer novela histórica, romántica, dramas o autoayuda, libros tochos de más de 300 páginas. Puede que solo quiera un rato de evasión y entretenimiento. Un adulto también puede disfrutar con la aventura y la ficción, engancharse a una historia ágil y libros ligeros. Os lo digo de primera mano, ya que en mi mesilla de noche conviven en armonía Roald Dahl y Jane Austen.

Las buenas historias no tienen edad y yo estoy convencida de que la literatura intergeneracional es posible además de necesaria. Recordad que al final todos acabaremos siendo niños otra vez.